El Fuero de Jaca. Estudios 285 EL FUERO DE JACA, EL CAMINO DE SANTIAGO Y EL URBANISMO ORTOGONAL las basílicas, antes que cristianizar los templos paganos. Así los lugares de culto aca- ban siendo las basílicas adaptadas a la nueva función. En la segunda mitad del siglo IV el obispo de Hipona, San Agustín, en una lí- nea platónica, cristianizada desde el Apocalipsis, contrapone dos modelos de ciudad: la terrena, la ciudad del diablo, Babilonia, que significa confusión y la ciudad de Dios, que es la Iglesia fundada por Cristo, cuyo fin es la paz del cielo tras la miseria te- rrestre23. La apocalíptica construcción cúbica en torno a una plaza y rodeada de una mu- ralla, sin templo, porque su templo es Dios, en principio no se trasladará como mo- delo a toda la ciudad cristiana, sino precisamente sólo al centro de la misma, al tem- plo. Por tanto la ciudad de Dios quedará dentro de la ciudad de los hombres. Al de- pauperarse las civitates romanas con el hundimiento del Imperio y al convertirse en sedes de las diócesis los obispos recentralizaron los espacios urbanos en torno a las iglesias-basílicas y sus anteplazas. Es el caso de Tours que visitara Beato de Liébana en el siglo VIII. Para muchos cristianos, sin embargo, fueron los monasterios, regidos a partir del siglo V por la regla de San Benito, el hábitat más idóneo para llegar algún día a disfrutar de la Jerusalén Celestial. La construcción del espacio monacal se inspira en el diseño ortogonal apocalíptico: templo, atrio y claustro siguen un orden analógico de la ciudad de Dios. En torno a esa plaza central porticada, que es el claustro, se or- ganiza el diseño de todas las dependencias. A los monasterios, prácticamente los úni- cos focos culturales, llegaban las influencias de las ciudades romanas cristianizadas y del Apocalipsis de San Juan. Así, Beato de Liébana escribe el Comentario al Apoca- lipsis en el siglo VIII desde el monasterio del reino asturiano, sin apenas vida urba- na, pero habiendo conocido la ciudad galo-romana de Tours. En el comentario sigue la línea agustiniana de contraponer Babilonia a la ciudad de Dios. La ciudad de Dios es la Iglesia, la ciudad del diablo es Babilonia, y es la que mata a los profetas y aquella Jerusalén celestial es la de Dios, donde está nuestro destino (Ap 21). A lo largo de la Edad Media en la Europa cristiana se va forjando un ideal de ciudad. Como afirma Racine: La ville idéalisée, la ville modéle qui se nourrira entre au- tres d'une filiére biblique –la Jerusalem céleste opposssée á la Jerusalem terrestre, ou Babylone, ou á Babel–, contribuera á donner á l'idée de la cité une signification symboli- que, la cité incarnant les vertus ou les vices de l'humanité et pouvant donc étre proposée comme modéle de communauté á imiter ou á eviter24. Durante los siglos XI y XII, al producirse la resurrección urbana expuesta por Henri Pirenne2S, en y entre los monasterios de Cluny circulaba el Apocalipsis de San 23 SAN AGUSTÍN: «La Ciudad de Dios», Obras Completas, t. XVII, BAC, Madrid, 1988, p. 385. 24 RACINE, J.-B.: Op. cit., p. 143. 25 PIRÉNNE, H.: Op. cit.