160 HISTORIA DE ARAGÓN «Así el sobredicho Raimundo vino a las partes de España, LAS NEGOCIACIONES CON LAS ÓRDENES MILITARES. Ramón Berenguer IV se encontraba ante una situación inespe- rada. Pero con graves problemas. Actuaba como esposo de la reina Petronila, titulándose «príncipe de Aragón», desde agosto de 1137. La Santa Sede no había reconocido la solución que se había dado, con el matrimonio de Ramiro II de Aragón, al testamento de Alfonso I el Batallador. Por otro lado, son los años donde el ideal de cruzada estaba latente, después de la «Primera Cruzada» (1095), cuando se estaba gestando la «Segunda» (1147). Los problemas financieros de las órdenes militares —presuntas herederas del reino aragonés— reclamaban más intensa ayuda económica. Y este fue un tema con el que Ramón Berenguer IV tuvo que enfrentarse. Evidentemente la falta de visión política por parte del Pontifi- cado fue grande. Desde septiembre de 1134 hasta 1140 pasaron muchos años para no aceptar una falta de responsabilidad histórica, ya que el peligro almorávide era terminante. Los documentos también responden al mismo sentido. El 16 de septiembre de 1140 —seis años después de la muerte del Batallador— los templarios y hospitalarios se ponían de acuerdo para pactar con Ramón Berenguer IV; y aquéllos delegaban sus derechos y poderes en el hospitalario Raimundo, maestre de Jeru- salén, redactando este texto: «Sea manifiesta la noticia por todo el orbe del universo de los fieles que Alfonso, ínclito rey de los Aragoneses, en su pleno sentido y memoria, al extremo de su vida, dejó en su testamento todo el reino que había y tenía a Dios omnipotente, nuestro redentor, y al sacrosanto Sepulcro y al santísimo Hospital de Jerusalén, y a la veneranda milicia del Temple, e hizo jurar a sus hombres que después de su muerte el testamento lo tendrían firme y ratificado». «Por la cual causa el venerando patriarca de Jerusalén, don Guillermo, con el común capítulo de todo el Sepulcro, rogó al maestre del Hospital de Jerusalén don Raimundo y rogando mandó y en su arbitrio puso que cada parte del reino que perteneciese al Hospital de la misma forma hiciese como la que perteneciese al Sepulcro del Señor».