LA FORh1A CLOTER/0TOR/4 1. 7 El mundo musulmán se caracterizó por vivir una "economía de mercado", con una fuerte vida urbana. Lo que primó fue la vida de la ciudad. Baste recordar dos elementos muy conocidos. Mientras en Córdoba hace mil años existían varios centenares de tiendas —quizás más de las que hoy tiene —, en León sólo se han podido do- cumentar escasamente media docena. En este sentido, la economía musulmana se centra en torno al mundo comercial: el sistema de caminos, la organización monetaria, la manufactura de productos y la vida comercial presiden toda actividad. La tierra es un elemento más dentro de este complejo mundo; e interesará en cuanto pueda producir los productos que irán al mercado. De esta manera, los musulmanes españoles no se preocuparán apenas por la fijación de los límites de sus territorios. A lo más, co- locarán una serie de castillos fronterizos para proteger sus zonas de vida comercial. Castillos que formarán una cobertura. Pero la línea fronteriza no existirá como tal. La frontera llegará hasta donde sus productos, su moneda y sus comerciantes puedan alcanzar. Los cristianos, por el contrario, tendrán una economía rudi- mentaria: sus reyes no acuñan moneda desde el siglo VIII a parte del X. Son prácticamente trescientos años en que sus compras las tendrán que pagar "en cosa que valga (in re valente)", como dicen sus documentos. En algún caso pagarán con monedas romanas, visi- godas y —sobre todo-- musulmanas. Los concilios y los sínodos considerarán pecaminoso lucrar ganancias mediante el préstamo o la transacción comercial. Por eso sólo concebirán la creación de ri- queza mediante la posesión y aprovechamiento de la tierra. Así se entienden los múltiples documentos de donación de tierras, y —so- bre todo— la minuciosidad con que precisan los límites tanto de las fincas más pequeñas como de los territorios más amplios. Las fuentes documentales permitirán desde el lado cristiano seguir con relativa seguridad sus progresos en la reconquista, ya que sus reyes, nobles y clérigos tendrán un interés excepcional en fijar los términos de los territorios ocupados. Aparecerán puntualmente incluso términos minúsculos. Pero la historiografía musulmana sólo nos hablará de ciudades —las grandes ciudades— perdidas. Cuando los cristianos abandonen determinados territorios y ciudades, como ocurrió tras la batalla de Fraga (1134), los musul- manes no tuvieron que ocuparlos. Bastó que restableciesen la comunicación comercial para que la reintegración de tales tierras al Islam se considerase efectiva.