Apéndice 4 ¿Cuál es la «ensenya» aragonesa? La bandera que ondeó en La s Navas y en Ponza la charca erudita anda un tanto revuelta desde que algu- nos de nuestros paisanos van a la búsqueda de la bandera de Aragón, rastreo histórico que una eminencia local califi- ca de decepcionante, llegando a la conclusión de que no existe, ni existió nunca, la tal bandera, al menos definida por el pasado. Ahora bien, si tenemos en cuenta que las banderas y sus hermanos menores, los pendones, los estan- dartes y los guiones, no fueron en su origen sino insignias militares, cuya representatividad se trasvasaría luego a núcleos humanos de más amplia significación —nación, provincia, ciudad—, resulta inconcebible de todo punto que el reino de Aragón —nacido de la placenta castrense, como todos los del medievo— descuidara la adopción de su propia y particular simbología. Y como no podemos hacer a los aragoneses que nos precedieron reos de ese olvi- do culpable, habremos de convenir en que somos los ac- tuales con nuestra ignorancia, los solos responsables de que se nos niegue lo que de buen grado se concede a catalanes y vascos, es decir, la existencia de un pabellón regional que nos identifique. Porque —divagaciones bizantina s aparte— es lo cierto que nuestro antiguo reino enarboló sus propios estandartes o insignias mientras que lo consintió la historia. Por ello no es conveniente, ní oportuno siquiera, inven- tarlos de nuevo, como se sugiere alegremente.