8 Guillermo Fatás Cabeza - Guillermo Redondo Veintemillas su cielo; sus gentes y sus gestas. O, acaso, la revolución pendien- te o la revolución cumplida, la fraternidad universal y la sociedad sin clases. No nos preguntemos porqué, pues no hay respuésta coheren- te: ni los colores de la bandera —como digo— tienen relación específica con todo eso, ni siquiera el símbolo proviene de una tradición milenaria o, al menos, multúecular, y así no representa toda la historia de cada país. Al contrario, la mayor parte de las banderas actuales son de origenrmár o menos moderno, sustitu- yendo, por lo general, a otras anteriores, propias de la monar- quía que ya no reina, o de los diversos reinos, repúblicas, señoríos, ciudades o comarcas que concumeron a formar el Esta- do nacional, como en Alemania, Italia o Sutza. La propia bande- ra española, una de las más antiguas del mundo, no cuenta con mucho más de dos siglos de edad, y como vemos en este libro sus colores fueron elegidos para la Marina a causa de su visi- bilidad Esta labilidad de las banderas se debe, en parte, a que la mutación de enseña se considera de rigor en los grandes cambios de régimen políti co de cada país: una especie de premonición de que todo va a cambiar. Al instante, la nueva bandera habrá ad- quirido ya el carisma preciso. Besándola pasarán los soldados ante ella; se descubrirán los ciudadanos; a su sombra lucharán los ejér- citos, y a ella dedicarán los músicos marchas triunfales y los poe- tas encendidas estrofas, en las que explicarán la combinación de colores comparándola con la luna y el sol, las montañas y los campos, la noche y el firmamento, la tierra y el mar, según aconsejen o permitan los nuevos tintes. La bandera que bordaba Mariana Pineda, fueran cuales fueran —la necesidad o ideas— los motivos que le llevaran a ello, era casi nueva —nació después de subir al trono el «Deseado»—; como nuevas son las banderas de las revoluciones o las de los Estados que surgen de la noche a la mañana en el tercer mundo, y no por eso suscitan menos sacrificios, veneración y entusi asmo. ¿Será despropósito hablar así, en el prólogo de una publica- ción destinada a investigar cuál sea nuestra más antigua y legítima tradición en el tema? Pienso que no, precisamente por la especial naturaleza de la nueva bandera de Aragón, reino extinguido hace cinco, cuatro o