Prólogo Resulta raro un libro racional sobra la bandera, tema preferente- mente lírico, cuando no trágico. En todo caso, no es para to- mado a la ligera ni festivamente: una bandera nacional repre- senta una carga tal de sentimientos y de afectos como no lograría reunirla acaso ningún otro símbolo; y, tras esos sehtimientos- y afectos, los más sublimes actos de heroísmo y el sacrificio de in- finitas vidas. De niño, leí o escuché una poesía a la bandera española en la que el poeta, arrastrado por el estro o acaso por las necesidades de la rima, tras invocar al «pabellón de Castilla» y recordar su entraña «de sangre y de sol», lo convertía en objeto de adoración, no ya para los castellanos, sino también para los otros hispanos: «quien no doble ante ti la rodilla, no merece llamarse español». Esta forma de expresarse, deprimente para cualquier aragonés por lo que tiene de identificación España-Castilla, y para cual- quier cristiano católico por el acto de idolatría que supone la ge- nuflexión exigida, representa, con esa salvedad una concepción común a la gente corriente de muchos países. A través de lo que, mirado desde una perspectiva puramente material, es simple entelequia multiplicable indefinidamente, conjunto de telas de colores, ve el ciudadano algo que sólo la fe, la tradición y el ideal vivido en común pueden colocar en ella, y que carece de toda relación con el dibujo y el color: su pueblo y su casa; los valles y las montañas de su país; sus ríos y