La Bandera de Aragón 13 mente, una captatio benevolentiae. Constituyen tan sólo una explicación. La de nuestras intenciones, que son de servicio al común. Explicación, también, puede requerir el método se- guido para la acumulación de informaciones, para su orde- nación y su disposición en este texto. Los datos se han recogido a lo largo de mucho tiempo, en trabajos ocasionales o sistemáticos; se han ordenado en diversos coloquios en común, fructíferos e inacabados (por- que son inacabables); y el todo se ha dispuesto según se ha de ver; atendiendo a la facilidad de la lectura, a la creación de un mínimo de interés argumental y a la poda de lo que no fuera más principal. El orden escogido, obedeciendo a la vocación divulgadora de este opúsculo, no ha podido evitar algunas reiteraciones: por ello sí que solicitamos dis- culpa. . Terminamos ya el exordio con una breve aclaración para quienes profesionalmente trabajan en otros campos que el nuestro. Los documentos principales que hemos uti- lizado han sido, fundamentalmente, de cuatro clases, a sa- ber: Las monedas que, como vehículos de la propagan- da política, personal y dinástica, poseen un grado de ofi- cialidad y de fiabilidad, en tanto que documentos históri- cos, prácticamente absoluto. Los sellos de los soberanos, utilizados y regulados por ellos mismos para autenticar sus decisiones y que, por esta razón, merecen tanto crédito como las monedas, si bien son mucho menos numerosos y bastante más perece- deros que aquéllas. Los documentos heráldicos y vexilológicos de todo tipo (y, sobre todo, los pictóricos), que tienen el valor de su coetaneidad con el problema que se presenta aquí; y Los textos de todo tipo —comenzando por los cronísticos-, en donde nuestra confianza se pone más a