I. Las conclusiones Comencemos por el final, adelantando al lector nuestras conclusiones. La primera es, naturalmente, la de su provi- sionalidad: ningún trabajo científico y, menos, el de los historiadores, puede nunca tenerse por definitivo. Todo lo que sse. afirma, pues, aunque se_ haga vehementemente, no forma parte de dogma_ alguno. Nuestra segunda conclusión es la de que, mientras duró la Edad Media, no existió nunca una bandera propia del Reino de Aragón, como no la hubo para el conjunto de los Estados que rigieron sus soberanos, incluyendo entre ellos a lo que habría de ser Cataluña. La tercera es la de que, en cambio, sí hubo un distinti- vo característico de los reyes de Aragón: lo fueron los cuatro bastones o palos de gules sobre campo de oro, en los escñdos ck armas. Estas «barras» se dispusieron como fa- jas (esto es, horizontalmente) cuando, en lugar de en un escudo, figuraron en una bandera. En cuarto lugar, creemos haber reunido pruebas sufi- cientes para concluir que este símbolo de los soberanos ara- goneses lo fue específicamente de los reyes de Aragón en tanto que tales; y, entre otras razones atendibles, por la muy sencilla de que los soberanos que lo usaron tuvieron siempre —al menos hasta el siglo XVI— como primero y