CREACIÓN Y DESARROLLO DE LA CORONA DE ARAGÓN 19 Ateneo catalán el 15 de diciembre de 1869 (Barcelona 1872), 147 páginas. A partir de entonces la frase «confederación catalano- aragonesa» la repite hasta el vulgo. Una superchería que ha tenido éxito rotundo Pero aquí, en su conjunto, la mixtificación es total. Nunca existió una confederación de tal índole. Pero para la gente de la «Renaixenca» había que situar en pie de igualdad a Cataluña y Aragón como reinos durante la Edad Media para iniciar un movi- miento historicista que ha tenido éxito. El rey durante el siglo XII fue señor absoluto de vidas y haciendas. Hizo y deshizo a su antojo. Su título de < a-ex Dei gratia» (rey por la gracia de Dios) indicaba precisamente eso: que Dios lo había designado para regir a sus súbditos. Los súbditos contaron muy poco, nada, acaso lo que el rey les permitió. La unión del reino de Aragón con el condado de Barcelona fue puramente personal. Ambos territorios tuvieron un señor común, sin ninguna posibilidad de actuar libremente, a no ser que el monarca lo autorizase. La famosa «confederación» es sólo producto del deseo habido a mediados del siglo XIX de que la Historia hubies e sido de dife- rente manera a como transcurrió, pues eso hubiese supuesto la exis- tencia de una «personalidad» de unos pueblos que tardaron varios siglos en tenerla. Es un tema tan falso que bastará una comparación de la vida corriente para la comprensión por parte de los no iniciados en el campo histórico. Imaginemos a cualquier persona que posee un perro y un gato, sobre los que tiene todo dominio y propiedad. Hablar de «confederación catalano-aragonesa» equivale a hablar en el ejemplo puesto de la existencia de una «confederación canino- gatuna», por el hecho de que convivan en la misma casa, bajo el mismo dueño. El rey de Aragón, por serlo, a partir de Alfonso II, era conde de Barcelona, como lo era del condado de Urge ] , a partir de Jaime 1. A nadie le ha ocurrido de momento hablar de una confederación de Aragón con los reinos de Cerdeña, Sicilia o Nápoles o cualquier disparate semejante. Para esos momentos las historias nacionalistas hablan del tema bajo el epígrafe de «Cataluña imperial», como lo hace Rovira y Virgili. Pero la superchería de don Antonio Bofarull y Broca ha tenido éxito.