62 Guillermo Fatás Cabeza - Guillermo Redondo Veintemillas dórica al ser tanto Ramón Berenguer IV como su hijo Ra- món (luego coronado con el nombre de Alfonso II) sobera- nos de Aragón. En el caso de Alfonso la duda no existe, puesto que se hace representar a caballo, llevando en la mano derecha y con actitud de herir «la lanza con pendoncillo blasonado con las barras de Aragón» (Guglieri). Aunque no lo diga esta autora o no se vea en ese ejemplar concreto, no deja de tener interés que en los sellos de Alfonso II se vean con daridad las «barras» no sólo en el pendoncillo, sino en todo el escudo y en la total idad de las gualdrapas del caballo. Naturalmente, el umbo radiado o escarbucla no aparece por ningún sitio, como incompatible, en principio, que es con este emblema. Estamos en tiempos de la importante tercera cruzada. La Heráldica se ha consolidado ya. Su sucesor, Pedro II —y no por nada llamado el Católico— se vincula a Roma tan fuertemente que se con- viene en su «gonfaloniero». Su hijo (Jaime I) llevará las «barras» al metal de las monedas. «Barras» que, poco más tarde, para un italiano (Lauria) y un francés (Foix) serán las «barras de Aragón». En las monedas, salvo error u omisión, aparecen por vez primera «barras» con Jaime I, en forma de escudete, en el reverso de una pieza barcelonesa. En las acuñaciones no barcelonesas reaparece el tema mucho después, ya con Martín I. No se abandona, empero, el símbolo de la cruz, que corona a las «barras» en alguna pieza de Juan II. Pero, para entonces, ya han tomado carta de naturaleza estas úl- timas. Son, en la Baja Edad Media, tan representativas del rey aragonés, que ya no serán nunca desplazadas. Y, mientras en las acuñaciones barcelonesas no aparecen hasta Fernando el Católico; mientras que la cruz —característica de Barcelona— es el tipo predominante en los siglos XV, XVI, XVII y XVIII, en Aragón nos ha parecido observar una curiosa regla, que exponemos a renglón seguido. Ya dijimos que por vez primera aparecen las cabezas